El ojo de la lechuza
Galería Rubbers Internacional
Prólogo de Eduardo Stupía:
UN MICROCOSMOS DE TOCADOR
Hay algo de vigilia y de paciencia noctámbula en las tramas reticulares que desgrana con asombrosa laboriosidad Candelaria Palacios. Su amoroso, disciplinado estilo, pletórico de riqueza gráfica, alimentado por la infatigable capacidad de la artista para desgranar texturas e indefinibles corporeidades de línea pura, parece íntimamente ligado a la tradición que hace de la manualidad una de las formas de la introspección, y que ella reinventa en un dibujo de notable sugestión e inesperado lirismo. Con la imprescindible cuota de atención, de concentración meditativa, la conciencia práctica de Palacios se manifiesta con una plenitud vital y una naturalidad casi biológica, que parece desmentir todo esfuerzo, y abre el juego de las referencias múltiples a muy diversos universos de imágenes.
Inmersas en fondeados negros de espectral cerrazón que evocan la sempiterna noche, siempre proclive a apariciones y fábulas, o bien encandiladas por la luz de la hoja de papel que permite ver al detalle su heterogénea cualidad física, que parece hecha de encajes y tejidos, ahí están las arquitecturas blandas, las alusiones a organismos pluricelulares, los conglomerados de formaciones submarinas o subterráneas, las vistas aéreas de inciertas orografías, los paños, velos y retazos imbricados entre sí, superpuestos en grillas o deshilachados como en un oscuro mar de disolución. Y también, de manera muy precisa y descriptiva, las ramazones botánicas y las galas camperas de un paisaje tan arbóreo y florido como misterioso y extraterritorial. La artista acomete todo este convincente despliegue sin desvaríos ni desgarros, fanática en su rigor de cruce, acumulación y entrelazamiento, silenciosa oficiante de una operación compacta y obsesiva, a pesar de lo cual pervive en ella una aireada sensación de dinamismo, de prolífica metamorfosis.
La blancura ósea de esta suerte de pasamanería dibujada, vibrante en su incandescencia puntillista, es el canon tonal que define el pulso y la identidad de toda la muestra, y es en ese predominio que las variantes iluminadas, de líneas negras y secciones de color en planos blancos, parecen todavía más singulares al actuar como ceremonioso contrapunto. La misma función parece tener la animación que también se incluye en el conjunto exhibido, como una manera de introducir un elemento aparentemente foráneo –un esbozo de fábula minúscula y fugaz, actuada por garabatos que quieren ser insectos y viceversa– que, sin embargo invita a leer todo el sistema como la ensoñación trasnochada de un paseante en vela, perdido entre nidos de termitas o cegado por la luz mala. Como sea, este verdadero microcosmos de tocador, fruicioso producto de una imaginación liberada de ataduras y lanzada a la aventura, tiene el efecto inductivo de un big-bang formatorio, que se disemina en muy diversas apariencias y fantasmagorías para atraer, desconcertar y atrapar, con fascinación de tela de araña, al espectador más avezado.
Abril 2015